¿Por qué las entregas certificadas funcionan en el mundo, pero en Argentina tienen baja difusión? ¿Por qué no hay más casos de implementaciones en la Argentina, en contraste con las tendencias a nivel mundial?
El acto reflejo es señalar cierto rezago respecto a la adopción de tecnología. Pero es un error de diagnóstico. El acento puesto únicamente sobre aspectos tecnológicos no identifica que, en realidad, la expansión baja de las entregas certificadas en empresas se debe a la falta de confianza en la contraparte. Es decir, las justificaciones vinculadas a la tecnología quedan relegadas en su incidencia.
Observemos por qué esta práctica de la entrega certificada es moneda común en países como Japón. En el funcionamiento de la sociedad de ese país asiático del que tanto hablamos podemos encontrar la respuesta.
Por ejemplo, los espectadores japoneses se hacen cargo de la limpieza en los estadios deportivos a los que asisten; respetan las reglas en la vía pública, y les dan importancia a sus compromisos tanto laborales como personales.
Este es el mejor ejemplo de educación y respeto que habla de un pueblo donde el acuerdo y la palabra empeñada son sagrados. Allí se encuentra un terreno fértil para poner en funcionamiento prácticas que, como la entrega certificada, requieren de muchísima confianza entre partes.
En la Argentina, para muestra basta un botón. Desde 1996, a lo largo de casi tres décadas, contabilizamos por año más de 8 millones de documentos (facturas, remitos, órdenes de compra) que cursamos a través de nuestras soluciones.
Un flagelo argentino
Cuando observamos los avisos de embarque (bajo el paraguas de avisos de despacho o ASN) cursados entre empresas locales representan todavía un porcentaje todavía muy acotado del total. Algo sucede ahí.
Y si la tecnología no es la clave del éxito de la difusión de una práctica con alta performance como las entregas certificadas, ¿dónde está el cuello de botella en la Argentina?
Hablemos entonces de la confianza como eslabón imprescindible en el proceso que vincula al cliente con el proveedor. Y acá es donde entra la tristemente célebre “viveza criolla“. Tantas veces celebrado, es un veneno letal para este tipo de acuerdos entre personas de diferentes organizaciones, con culturas y valores diferentes.
¿Cómo hacer converger comportamientos en un “nosotros”, esa amalgama particular que permite a un grupo de personas, de distintas compañías, operar como si se tratara de una misma organización?
¿Cómo lograr que orienten sus esfuerzos a un objetivo común, que se traducen en beneficios palpables para ambas partes? Habrá que analizar si conviene convocar a un logístico, a un informático o a un psicólogo para resolver este desafío.
Queda la inquietud, al menos. Así como la sugerencia de mirar el asunto de frente. Quizás sea un camino que demande tiempo, pero en el interín será importante abrir la escucha a las necesidades de todo el ecosistema en el que se insertan las empresas.
Acaso las grandes compañías tengan una responsabilidad extra en la promoción de estas buenas prácticas. Los “partners” tecnológicos también deberemos acompañar con todo nuestro know-how y una clara comunicación del valor de las entregas certificadas.
Vale recurrir de nuevo al legado de Ortega y Gasset. En su célebre discurso en La Plata de 1939, cuando dijo: “Argentinos, a las cosas”. Allí iremos.